jueves, 8 de abril de 2010

Hasta acá (y punto)


Romper las no-rejas de este encierro.
Necesito ver el sol. Mi sol.
Tan sólo tu abrazo y un poco de viento (que me despeine bien)
Dame un poco de tu agua o de tu boca.
Me siento tan seca de todo lo mío…
Mañana voy a huir (sin pies)
Dejaré de ver este blanco que no deja de señalarme.
¡Me vuelvo tan ciega cuando los días no pasan!
Mañana veré tu azul, mi rojo, un poco de nuestro negro.
Me voy a sentir tan libre…

jueves, 31 de diciembre de 2009

Cristina


Cristina no tiene edad.
Está perdida en el laberinto de su maquillaje desalineado.
Los escombros de su cuerpo se acomodan, se visten de mujer.
Sus tacos sostienen torpemente el peso de la infamia que cargan sus piernas.
Cristina no tiene sueños.
Su espejo siempre refleja el opaco cuarto roto,
de sábanas calientes, de olores que se agitan.
Cristina no tiene piel.
Está cubierta de huellas ajenas. Sus ojos sin cielo, sus uñas desposeídas de sortilegios.
Cristina no tiene voz.
La perdió en alguna boca, en algún beso arañado.
No puede pronunciar palabras; tampoco sabría qué decir.
Cristina no tiene nombre.
Se pasea sin edad, sin sueños, sin ojos, sin piel, sin voz.
Y oscuridad tras oscuridad abre la puerta de su templo y deja entrar a cualquier intruso, sabiendo que no hay vacío tan grande como los cajones de su cuerpo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Otra


Me hago chiquita así no me ves.
Me escondo entre las palabras no dichas. Entre los miedos reprimidos.
Cuando quiero soy un desierto.
Como ahora.
Que cierro los ojos para que no me encuentres.
Tal vez afuera es de día.
Pero nadie es capaz de pintar mi noche.
Acá yo elijo cuando hay luz.
El silencio me vuelve invisible.
Si cierro los ojos tal vez no sepas quién soy.
A veces soy otra.
Como ahora.
Y juego a pasearme sin piel delante tuyo.
Sin que puedas acariciar mis huesos. Sin poder temblar.
Cómo puedo explicarte que cuando más me escondo de mí más sincera me siento.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cenicienta


Se me descosen los miedos.
Se despeinan mis uñas.
Las horas me mastican la piel (nunca las veo pasar)
Designo las cosas con palabras. Como si algo tuviese nombre. Como si nosotros lo tuviésemos.
Decir es ocultar.
Me gusta usar palabras. Es la mejor manera para esconderme.
Los detalles se resbalan de mis manos. Se me caen.
Soy tan torpe para percibir lo que no hay que mirar.
Hago equilibrio sobre la línea dibujada por las baldosas de la vereda. Extiendo mis brazos y mis dedos. Simulo un vuelo que sé que no va a despegar. Me divierte jugar a ser lo que nunca fui.
¿Existirá algún lugar que me ampare?
Me engaño.
Como cuando me siento libre por dejar que el viento sacuda mi pelo.
Cierro mis pupilas y comprendo.
Hay tanta verdad en la noche. Es a oscuras cuando realmente puedo ver.
Tus ojos le dan sentido al tiempo. A mi tiempo.
Mis huesos se desesperan por un abrazo (por el tuyo).
Lo admito.
No sé de mundos ni de tantas cosas que me preguntás. Aunque intente fingir certezas.
Cuando abras mi puerta voy a tener puesto un vestido. Y unos zapatos. Y un anillo. Pero a las doce, mis pies van a salir corriendo.
Vas a tener que encontrarme...

sábado, 10 de octubre de 2009

Estoy en tus manos


No tiene sentido ponerme necia. El lector es quién determina qué es lo que estoy diciendo. Mis ideas son suyas. Son (soy) aquello que es capaz de interpretar. Estoy en sus manos. Mis palabras son migajas. Qué entenderá cuando hablo de amor. Cuando escribo sobre el temblor que sentí en esa plaza. La noche donde nada era verdad y vos te atreviste a desnudarme con un beso. Y yo no lloré. Me reí. Me reí y tal vez hubiese debido llorar. Porque esa noche era “esa” y se escapaba de mis manos para siempre. Para convertirse en recuerdo. O en olvido. La noche desaparecía y yo lo sabía. Y me reía igual. No sé por qué. Tal vez estaba nerviosa. Quizás sólo te estaba provocando. O quería protegerme con mi risa que también es escudo. Vos te enojaste. No entendiste mi risa. Yo tampoco. Soy tan seria que me río cuando no debo. Tengo una risa a destiempo. Desfasada de lugares. A veces me río de mi mano. De mis palabras. De mi espejo.
¿De qué te reís? A vos lector te estoy hablando.
No entiendo la risa del instante justo. Desconfío de la risa en conjunto, al unísono. La que se hace una.
Tu risa es gigante. Llena de dientes blancos. Es tan clara…
Y otra vez el lector. Que no sabe de tu risa. Que se imagina otra. Otra que no es la que yo amo.
Las palabras se me resbalan. Son tan imprecisas. Tan débiles. El lector se ríe. Sabe que estoy acorralada entre las letras y esta hoja. Estoy en sus manos. Por más que escriba él siempre va a inventar lo que intenté decir.

lunes, 31 de agosto de 2009

El viaje


Volver al sabor de las letras
como un soplido circular, que se repite.
La palabra encuentra su latido,
naufraga en esta boca tan ciega.
Inevitable goce y asfalto.
Me arriesgo a mencionar tu nombre en este nuevo silencio.
Me animo a invitarte hacia mí.
Mis venas rebeldes te señalan.
Oigo la textura del miedo en tu boca.
Sé que tus manos quieren que me quede.
Acá, en la cama de siempre.
La almohada con olor a mí. Que me esperará hasta que vuelva.
Será sólo una semana. Sólo una.
Y luego volverán los besos, las palabras, los silencios.
La certeza del regreso.
El temor a que nuestros ojos no puedan decidir nada.
Es sólo cuestión de tiempo.
El viento seguirá soplando.
Seguramente la luna será más luna aún.
Todo el mundo en una valija.
¿Existe algún avión capaz de hacernos sentir la distancia?
Cuando abras los ojos, estaré nuevamente ahí.
Con mi boca ciega y mis venas rebeldes.

El abrazo va a ser infinito.

lunes, 27 de julio de 2009

Medusa



En el barrio la llamaban Medusa. Vivía sola. No se sabía mucho de ella ni de su vida. Las mujeres la odiaban (todavía sienten atravesadas en sus gargantas las acusaciones que no se atrevieron a hacerle) Los hombres se enamoraban de ella apenas la veían pasar. Le mandaban flores y poemas. Curiosamente todos hacían lo mismo para conquistarla. Ella los iba aceptando uno por uno. Ninguno pudo salvarse. Nadie supo precisar qué pasaba en su casa. Lo cierto es que quienes atravesaron su puerta (su vida) quedaron sin alma. Sin corazón. Como si se hubieran vuelto hombres de piedra. Hombres sin sangre. Vivió solamente un año en frente de mi casa. Y una madrugada (yo la vi) se fue. Cargaba una valija enorme que parecía muy pesada. La arrastraba con sus dos manos, haciendo mucha fuerza. Un policía, que yo nunca había visto, (seguramente debía ser nuevo en el barrio) la detuvo. Por sus gestos adiviné que la estaba obligando a que le mostrara lo que llevaba. Ella abrió su valija. Aunque la noche oscurecía la calle, la luz de la luna era potente. Allí había innumerable cantidad de corazones. Corazones reales, humanos. El policía entró con ella a su casa. La siguió como hipnotizado. La valija quedó en la calle y no me animé a acercarme, pero estoy segura que eran corazones. Al rato ella salió sola. Con un corazón en la mano. Lo puso en su equipaje. Todavía la recuerdo caminando despacio, tironeando su maldita maleta. Mis venas no dejaban de latir. Su figura se volvía cada vez más chiquita, más chiquita y difusa, mientras mis ojos, contrariamente, esa noche se hicieron gigantes.

domingo, 12 de julio de 2009

Tan humana


Me sangran los zapatos por el andar (sin suelo).
En busca de aquello que sabemos pero no mencionamos.
La realidad nos mastica la piel, mientras nos creemos dueños de algo.
Designamos las cosas con palabras. Como si tuviesen nombre. Como si nosotros lo tuviésemos.
Decir es ocultar. Defino las palabras en oposición a los que no son. Sólo para hacerme entender. Mejor.
Esclavos del silencio, pretendemos aturdirnos para defendernos. Para huir del miedo.
Andar caminos diseñados al azar. Llegar a ninguna parte convencidos de que es alguna.
Defendernos de la muerte que nos persigue desde que nacemos. Sentir el vértigo de dejar de ser lo que nunca fuimos. Lo que siempre seremos.
Me veo tan incorregiblemente humana. Carente y temerosa.
Sedienta.
Vivimos tan desprotegidos, y apenas nos damos cuenta...

domingo, 21 de junio de 2009

Tacos rojos


Bebo el vacío del vino hasta anestesiarme.
No sé cuantos fuegos latieron mientras todo se hizo ladrillo.
Muro en mis rodillas desamparadas.
Tus manos fueron más rápidas que mi vientre.
Chupaste mi penumbra y huiste de mi frío.

Entiendo.
Es demasiado tarde para tener un sueño.
Mis caminos se perdieron en alguna ruta
y es tan lejano el olvido
que por momentos patino sobre él
(sin piel)

lunes, 1 de junio de 2009

Doble llave


Se despertó con una sonrisa. Giró para abrazarlo pero ya no estaba. Empezó a buscarlo. Lo imaginó en la cocina preparando el desayuno. Nada. Ningún rastro. La puerta de calle permanecía cerrada con doble llave. Volvió a su dormitorio. Sólamente parecía desarmada la parte de la cama en la que ella había dormido. Se miró al espejo. Las huellas estaban ahí. La resaca del maquillaje era testigo de la noche anterior. Desconfió de la claridad del día. Alguien tendría que haberlo visto. Tenía la certeza de que no lo había soñado. Desconocía su nombre y apenas recordaba su cara. Pero había existido. La noche. La recordaba. La había vivido. Bajó al hall del edificio. Todavía el portero nocturno estaba allí. – Sí, la vi entrar ayer. Sola. Muy tarde.
Salió y comenzó a correr. A llorar. A correr. Después volvió a su casa. Se miró en el espejo del ascensor. Abrió la puerta y entró. Se dirigió a su cuarto. Se acostó a dormir. Se despertó con el roce de sus yemas acariciando su espalda. Giró asustada, pero no gritó. Él le sonrió. Le agradeció la noche, su boca, sus piernas. Ahí estaba, acostado, a su lado. Su cara. Su cuerpo. ¿Cuándo es realidad en este mundo de ficción?

miércoles, 20 de mayo de 2009

En una isla del Tigre


Un lago donde nada es verdad excepto tus ojos.
El ruido del no regreso conduce a aquellos paraísos vedados.

En medio de esta lejanía,
tan cierta como inventada,
descubrí que acá el aire es más aire.

Por momentos,
este remolino de absurdos
me hace temblar tranquila.


¿Será porque siento que aquí, en tus brazos, nada podría rasparme?

jueves, 14 de mayo de 2009

Espejo humano


Ni siquiera levantó la vista. Aquellos pies que se acercaban también hablaban. Le decían que estaban sucios desde hacía demasiado tiempo. Frenaron justo donde comenzaban los suyos. Una mano se dirigió a su rostro y levantó de apoco su pera. Ella lo dejó mover sus yemas. Estaban frente a frente.
Se miraron sin mirada. De pronto, su cara se transformó. Pudo ver su reflejo en las pupilas de aquel hombre. ERA ELLA. Tal como se recordaba. Como en aquel tiempo. Tal vez él le habló. Quizás era alguien que en algún momento fue parte de su vida. Pero ahora...qué importaba. Ella se había visto. Existía. Tenía un cuerpo... Sonrió.
Se dio vuelta y empezó a caminar. El hombre la siguió, la agarró bruscamente del brazo y la giró para que lo mirase, para que se diera cuenta de quién era. Ella observó que estaba desesperado, movía sus labios rápidamente, gritaba, pero no lo podía entender. Sabía que hablaba su mismo idioma. Podía reconocer algunas palabras, pero no comprendía lo qué él intentaba decir. Quería que se fuera. La estaba molestando. Tomó impulso y le escupió la mejilla. Ya estaba cansada de esa situación. Quería disfrutar. Existía, tenía un cuerpo.
Empezó a caminar nuevamente. Él decidió ir tras ella. Se sentía herido. Caminaron durante horas. Uno detrás de otro. Sin tiempo. Sin rumbo.
Llegó la noche. Como siempre. La noche. “Su” noche. Se tiró en la baldosa de una calle cualquiera. Estaba cansada de tanto caminar, pero no se daba cuenta. Sonreía. Se sentía ¿feliz? Puede ser.
“Era una persona”. Había visto su pelo largo. Lo tenía largo. Largo. Su pelo... se durmió dejando entre ver sus dientes.
Él estaba despierto. Mirándola de pie.
¡No lo había reconocido!
Era ella. Con sus ojos negros. Con su pelo largo. Ella... ¡No lo había reconocido! Pensó que tal vez estaba diferente, quizás se había convertido en otro. Permaneció toda la noche sin quitarle los ojos de su cuerpo. Cuando empezó a amanecer se decidió y se acercó hacia ella. Aprovechó que estába dormida y la besó. La abrazó. Ella despertó rápidamente. Sintió el calor de una piel ajena. Sonrió. Se sentía confundida. “Tanto calor”. “Las pieles”. “Soy una mujer". “Una mujer”. “Mi pelo largo. Largo. Como antes”.
Él comenzó a acariciarla. A besarle los brazos.
Ella se dejó tocar, como si nunca nadie lo hubiera hecho. Se abandonó a esas suaves manos. A esos labios que la recorrían. Era una mujer. Tenía piel. Tenía un cuerpo.

Él volvió a mirarla. Sonrío. Lo había reconocido. ¡Era él!. ¡Era él! Pensó sin entender nada.

domingo, 3 de mayo de 2009

Las cenizas


Versión N°1

Casi imperceptible, minucioso, abrió la puerta y se acercó en silencio. Ella sabía que era él quien había entrado, no se dio vuelta para cerciorarse, podía oler sus pasos. También sentía a sus propios latidos retumbar. Sonaban tan fuertes que era capaz de escucharlos. Intentó anestesiarlos, pero fue imposible. Cuanto más cerca lo adivinaba, más se intensificaban. Estaba tan ansiosa. Había imaginado esa escena, pero desconocía que sus piernas no dejarían de moverse por debajo de la mesa.
Corrió la silla y se sentó frente a ella. Acercó su cara y la miró a los ojos. La atravesó.

Diez años más tarde, él mira televisión mientras ella escribe. Trata de narrar la historia de aquella tarde, en el bar. Cuando se besaron por primera vez. No puede recordar lo que se dijeron. Olvidó las palabras y los gestos. Sólo logra pensar en su cuerpo temblando y su corazón que se volvía cada vez más grande, que se agitaba. Después se levantó e hizo el desayuno. Llevó a sus hijos a la escuela y se fue a trabajar. Volvió a su casa caminando; a pesar de la distancia. Se sintió ridícula al maldecir al tiempo, pero fue la única excusa que se le ocurrió.


Versión N°2
Casi imperceptible, minucioso, abrió la puerta y se acercó en silencio. Ella sabía que era él quien había entrado, no se dio vuelta para cerciorarse, podía oler sus pasos. También sentía a sus propios latidos retumbar. Sonaban tan fuertes que era capaz de escucharlos. Intentó anestesiarlos, pero fue imposible. Cuanto más cerca lo adivinaba, más se intensificaban. Estaba tan ansiosa. Había imaginado esa escena, pero desconocía que sus piernas no dejarían de moverse por debajo de la mesa.
Abrió la puerta y sus pies se dirigieron directamente a su mesa. Aún estando de espaldas, podría reconocerla en medio de una multitud. Corrió la silla y se sentó frente a ella. Acercó su cara y la miró a los ojos. La atravesó. La desnudó. Los dos temblaban. Se olvidaron de sus nombres y de sus insomnios. Las palabras quedaron vacías. Sus bocas se animaron.
A pesar de las arrugas y de los vientos, ninguno de ellos olvidó su primer beso.

sábado, 25 de abril de 2009

Ojos secos

Entró levemente.
Quebró el vacío del superpoblado bar.
Sintió lástima de estar nuevamente ahí.
Cansada de tantas no-sonrisas.
Sabía que ninguna máscara era cierta.
Estaba sola.
Quiso Salir. Necesitaba ver otras nadas. Avanzó unos pasos. Y en ese instante de poco viento, lo vio. Lo vio.
Él estaba allí.
Pensó en abrazarlo. En dejarse latir. Apoyar su cabeza en su pecho. Quedarse ahí para siempre.
Pero se hizo invisible. Se secó la primera lágrima. Ahogó el resto en sus ojos. Y caminó como Orfeo; sin mirar a atrás.

lunes, 6 de abril de 2009

La sorpresita

Se subió a un taxi elegido al azar. Sólo se cercioró de que perteneciera a alguna empresa de “radio taxis”. Eso la hacía sentirse segura. Como si nadie supiera pegar en la puerta de su auto un ploter falso. No importaba. Ella sabía que podía ser un taxi apócrifo, y aún así, buscaba que aquellas letritas amarrillas estén pegadas; sino lo dejaba pasar. Indicó la dirección a la cual se dirigía. Conocía el camino de memoria. Le molestaba un poco que el conductor no tomara por el recorrido que ella hubiera escogido. Pero se aguantaba y no decía nada. De noche, siempre elegía ir por las calles más luminosas o directamente por las avenidas. Cuando estaba a unas diez cuadras de su casa, sonó su teléfono celular. Después de que sus dedos recorrieran nerviosos su cartera, salteándose papeles, una cajita de anteojos, monederos, llaves, facturas de impuestos, más papeles; atendió. Su marido le pedía si antes de llegar a su casa podía comprarle alguna sorpresita en el quiosco. Siempre pasaba lo mismo. En el momento en el cual el encuentro de la cerradura del edificio y su llave se volvía próximo e inevitable, algo sucedía. Esa escena continuamente se retardaba. Cuando más cerca estaba de llegar a su casa, más posibilidades surgían para hacer que ese tiempo se anestesiara.
Le pidió al taxista que se detuviera frente al toldo azul. Bajó del auto. Le gustaba mucho la noche, pero le generaba desconfianza. Pidió dos chocolates. En el momento en que estaba por pagar, se acercaron tres personas. Dos hombres y una mujer. – La cartera; rápido. Se aferró a ese objeto como si quisieran quitarle alguna parte de su cuerpo. Los cuatro empezaron a forcejear. Se la sacaron y salieron corriendo. Ella se quedó inmóvil. Con su brazo izquierdo hinchado y colorado. Sus papeles, sus secretos… todo estaba allí. Ahora otras manos podían pasear por sus cosas. Leer sus misterios. Seguramente ya se habían deshecho de todo. Se olvidó del taxi y empezó a caminar. Se sentía desnuda. Miraba las baldosas a ver si encontraba algún vestigio. Nada. Llegó a la puerta de su casa. Tocó tres veces el timbre del portero eléctrico. – Soy yo. Y mientras pronunció esas palabras, unas lágrimas inundaron su rostro. Sabía bien que le habían robado algo demasiado importante. Se sintió menos ella que nunca. Seguramente, sus historias aún estarían flotando en las aguas de una zanja cercana.
Los maleantes revolvieron la cartera hasta dar con la billetera. Se sintieron defraudados al encontrar unos miserables veinte pesos.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Con sus ojos


La miro deseando descubrir su mundo. Ser ella por un instante. Perder el sentido del tiempo. Mostrarme desnuda como si estuviera arropada. Quiero jugar con sus objetos. Con los reales y los imaginarios. Me animaría a creerme libre por un rato. Sentir que llega la noche y unos brazos me invitan a la cama. Me acarician el pelo… Tal vez dormiría con la ilusión de que el cielo está más cerca. De que tu piel me ampara del frío.
Me gustaría tener el brillo de sus ojos. Reírme con el despojo de sus muecas. Decirte aquello que a mis labios se les ocurra. Voy a correr a ver si me alcanzás. No me importan los colores de tu ropa. Ni tus formas. Soy capaz de escaparme a cada instante; para que me encuentres. Voy a gritar porque sí. Escondo mis modales detrás de alguna piedra. Me tiro al piso y ruedo. Me mojo con agua dudosa. Toco la tierra y embarro mi cara. Puedo estar sucia y que no me moleste. Si quiero lloro. Fuerte. Solo para que me abraces. Ahora soy como ella. Soy ella. Con sus dos añitos.

viernes, 20 de febrero de 2009

Ruptura

Subió velozmente la escalera y se encerró en su cuarto. El ruido del portazo salió de su garganta. Se acostó boca abajo. Como si el colchón pudiera absorber tanta angustia. Se puso la almohada encima de su cabeza. “Nadie puede huir de sí mismo”. Inundó la colcha. No se movió. Durante dos horas no se movió. Después buscó en los cajones. Rompió todas las fotos. Despellejó los portarretratos. Junto todas las cartas y las deshojó. Se miró en el espejo. Un largo rato. Se secó las lágrimas ya secas. Se peino las venas. Se maquilló los latidos. Sonrío. Ya estaba lista. Las mujeres son así…

lunes, 26 de enero de 2009

Dicen que son tus ojos


Me dicen que son tus ojos
pero no sé…
Tal vez sea la noche
las no respuestas
el eco del tiempo
los fantasmas
los silencios pronunciados
aquello que se puede ver
la desnudez de mi boca
el mar
los ruidos indescifrables
la muerte de las palabras
la muerte


¿A quién culpo por mis insomnios?

martes, 23 de diciembre de 2008

Miralo bien


Mirá mi hombro.
Miralo fijamente.
No intentes escapar de su seducción.
Allí está.
Miralo bien.
Con tus pupilas más enteras.
¡No lo toques!. Si lo hacés no hay salvación.
Pero vos eso lo sabes.
O lo intuís.
O de alguna manera lo inventás.
Debés cuidarte de su textura.
Te mancha los ojos.
Te ensucia la saliva.
Miralo bien, pero sin mirarlo.
¿Ya murió el espectáculo del amor?

martes, 16 de diciembre de 2008

Penélope


Tejía de día y destejía de noche. Como Penélope. Hacía veinte años que a su marido se lo habían llevado. Sabía que la espera sería eterna. Intuía que tal vez no volvería, pero aún así, no podía dejar de mirar la puerta, con la ilusión de escuchar el sonido de las llaves en su cerradura. Tejía de día y destejía de noche.

Todavía podía escuchar los disparos de las balas que pasaban cerca de él mientras corría a toda velocidad. Esa imagen se repetía en sus sueños. Era su secreto. Nunca lo había contado ni siquiera a su mujer. No quería indagar en su pasado. Temía descubrir quién había sido; quién era en realidad.

Tejía de día y destejía de noche. Le resultaba imposible evitar esa sensación de sentir que él aún estaba vivo. Muchas veces le habían dicho que se iba a volver loca. Ella aseguraba que cuando terminara el tapiz, dejaría de esperarlo.

Tenía su vida construída. Dos hijos y una mujer. La amenaza de un pasado incierto no tenía sentido. Sin embargo, no podía dejar de pensar. Sus sueños eran ahora quienes lo perseguían.

¿Y si realmente se estaba volviendo loca? ¿Si sus sensaciones constituían la negación de una realidad demasiado dolorosa? ¿Acaso la vida tenía otro sentido que su espera? ¿Acaso todas las personas no viven esperando que algo les suceda?

Cuántos anuncios de búsqueda de personas había leído en el diario o visto en la televisión. Nunca apareció su foto, ni su nombre. Por eso creía que no debía haber sido una buena persona. Alguien a quien nadie quiere encontrar, alguien a quien nadie espera.

Dormía cada vez menos horas. Se despertaba nerviosa. Tomaba las agujas de tejer y comenzaba su ritual. Esa semana le empezaron a temblar las manos.

¿Y si estaba equivocado? ¿Si tenía otra familia que lo amaba, que lo buscó durante años sin que él se enterara? No; en ese caso debería sentirlo. Uno no olvida porque sí. La mente obedece a causas. Tal vez había sido un criminal, un ladrón, un asesino. Prefería no saberlo. Debía dejar de pensar.

Se empezó a sentir mal. Transpiraba. Las manos no dejaban de temblarle. No podía dejar de tejer. Miraba la puerta. Sus manos. La puerta. Una lágrima se escapó lentamente de su ojo. Luego otra, y otra, y otra…

El día que se despertó en aquella calle olvidada, estaba vestido con jean azul y una remera roja. En el bolsillo del pantalón tenía un juego de llaves. Nunca lo había tirado. Lo tenía bien guardado. Sabía precisamente dónde estaba.

Muchos de sus amigos habían desaparecido. A ella no le gustaba esa terminología. Se enojaba. Sabía bien que no habían “desaparecido”. Ella estaba convencida de que él era fuerte e inteligente. Estaba segura de que se había escapado. En cualquier momento escucharía el ruido de sus llaves. Más lágrimas cayeron de sus ojos. Sus manos temblorosas apretaban fuerte las agujas, que no dejaban de moverse y de construir un paisaje con hilo de lana.

Cuanto más lo deseaba, menos podía dejar de pensar. Estaba muy nervioso. No conseguía silenciar esa voz interna que no paraba de hablarle. Buscó sus llaves. Estaban ahí, guardadas en el mismo lugar que las había dejado hacía dieciocho años. Salió a la calle y empezó a correr. No sabía hacia dónde se dirigían sus pies, pero le era imposible parar.

Su espera había llegado a su fin. El tapiz estaba casi terminado. Sabía que moriría en cualquier momento. Dejó las agujas.

Bajó del ascensor y sacó las llaves que tenía en el bolsillo. No dudó en cual de ellas poner en la cerradura. Se quedó perplejo. La llave giró y su mano abrió la puerta.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mañana


Será porque soy un tanto ingenuo o un entusiasta. Lo cierto es que mañana llega. Con su perfume de mujer que sabe mentir, que osa caminar por la cornisa. Mañana llega. Mañana. Como si fuese ayer. Su ojo izquierdo guiñándome las costillas. Generando una absurda ilusión con cada gesto (como si fuesen todos para mí) Mañana. Vendrá a chupar mis lágrimas. Golpeará mi puerta, pero no hará falta. ¡Hace tiempo que estoy despierto! Entrará con sus pies silenciosos. Agitando sus caderas. Se alegrará de verme miserablemente idéntico a mi mismo. Se sentará en mis delgadas piernas, sin invadirme con su peso. Abandonará sus ropas. Me declarará su desnudez. Este proceso se repetirá varias veces. Yo estaré más solo que nunca. Entregado enteramente a esa carne con forma de mujer. Que estará sentada en mis delgadas piernas, sin pesarme. Que abandonará sus ropas para mí. Me besará los labios. Dejará la huella de su rouge en cada pedacito de mi piel. Entonces avanzará hasta mi guarida. Me quitará los candados. Gritará varias veces. Haciéndome sentir hombre.
Mañana llega. Le dejaré el dinero en mi mesita de luz.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Péndulo


Mañana
que sin duda no podrá ser mañana, después de todo este viento,
llegará el instante en que vaciles sobre lo que fue real.
Pesarás que este cielo fue inventado.
Dudarás de haber enceguecido mis ojos.
Creerás que mañana es tan verdad como tu mano.
Pero lo cierto es que todo quedó detenido acá,
en alguna isla del tigre,
que no es alguna
y que tal vez no es.

sábado, 25 de octubre de 2008

Agua


Huesos bajo pieles que caminan.
Quién pudiera anestesiar su soledad.
El vértigo de sentir que sólo somos huesos.
Envueltos en un cuerpo que sabrá abandonarnos.
Fuego en nuestros ojos que todavía no aprendieron a ser.
Fuego en estas manos frías, en tu conciencia.
Fuego que consume nuestros miedos.
Mesetas de dolor por tanta falta de río.
Demasiado fuego por los no abrazos.
Dame tu música para sentir el sol.
Hombres separados por esa línea que no deja de latir.
Fuego cruzado (en mi interior)
Necesito de tu agua.
Para salvarme.

Demasiada luna


Se acarició su cálido pecho. Siguió con su pupila cada uno de esos “movimientos sensuales”.Había llegado a la conclusión de que ya nada sentía (no se sorprendió)
Estaba entregada a ese abismo. Ni siquiera podía absorber el roce de sus yemas paseando por su piel. Todavía pensaba en salvarse.
Los hombres la marchitaban.Ya no creía en sus carnes.
Decidió no someterse más a aquellos no-placeres. Ese sería su último naufragio.
Contempló ciegamente su desnudez. Sabía que el espejo era impreciso. Eso la tranquilizó. Su figura era demasiado humana.
La calle estaba adormecida aún. Abrió la puerta y salió. Empezó a caminar. Estaba decidida. A lo lejos se escuchaban unos ladridos. “La palabra desapareció”, pensó sin conmoverse. Continuó su andar soñoliento. Tenía frío. Sus tripas comenzaron a tiritar. Se sentía perdida (desde hace tiempo) pero sabía bien donde quería llegar.
Demasiada luna.
Todavía sentía que su cuerpo era suyo. Las manos le respondían. Su olor cada vez se agitaba más. Caminaba. Parecía hipnotizada. Empezó a correr. Debía llegar. El viento la arrastró. Temblaba. En la cima de su sombra miró hacia el precipicio. Sintió un dulce mareo. Sus lágrimas eran testigo. Pensó en su muerte. Un placer acarició su vientre. Se sintió excitada. Recordó su piel, su femineidad. Sonrió. Se abalanzó hacia el extremo. Saltó.
El vacío la penetró tiernamente.
Nunca experimentó un orgasmo así.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Gigante bonsai



Ser pequeña en un universo sin límites.
Escabullirme por rendijas, por cerraduras, por donde no se puede pasar.
Ser más allá del tamaño, la altura, el tiempo...
Sentirme enorme e ínfima. A veces inconsistente.
Creerme de nadie.
Palparme la soledad.
Quién me diera una piel para hacerte sentir mi nada. Mi todo.
Parezco todo lo contrario de lo que veo. Sin embargo, mi sangre es igual a tu sangre.
Soy un gigante que se siente bonsái. Soy un bonsái que se siente gigante.
Las palabras son mi carne.
Me rebelo contra las bocas que no pueden gritar sus silencios.
Me rebelo contra tu boca. Contra la mía, algunas veces.
Tengo en mis manos la posibilidad de mi vuelo.
Afuera todo es asfalto.
Sólo se puede nadar adentro.

martes, 14 de octubre de 2008

El espejo



La imagen mide la gloria.
Tantas mujeres he sido (no he sido nunca)
Éxito del cuerpo, fracaso del alma,
lenguaje olvidado.
El cristal impenetrable nos acecha, nos condiciona.
Perplejo laberinto de símbolos y sombras.
Máscaras que moran más allá del ruego.
Hermético espejo, refleja el infinito (la nada)
Todos quieren prevalecer en su ser y todo es del olvido.
No hay adiós para el espejo.
Perdidos en el deseo del otro.

sábado, 11 de octubre de 2008

Tapas Rojas






Decidió que esa sería la última página que leería en su vida. Pensó en la inutilidad de los libros. Nunca le revelaron ninguna verdad. Se levantó y tiró el libro por la ventana. No miró hacia la calle, pero sintió el golpe de las tapas duras contra el cemento. Sonrió. Le quedaban pocos actos de rebeldía.


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Odiaba llevar paraguas, pero haría cualquier cosa para no mojarse. Apenas caían algunas gotas. No pensaba cerrarlo. Tenía que llegar totalmente seca. Faltaban pocos minutos para la entrevista. Aceleró el paso. Rápido. Más rápido. Empezó a correr. Pisó algo que la hizo tropezar. Intentó hacer equilibrio. Fue inútil. Se cayó. Se lastimó. Estaba tirada en la vereda. No podría ir a la entrevista. Insultó furiosa. Era tarde, estaba sucia, le sangraban un poco las rodillas. Tiró el paraguas con violencia hacia la zanja. Miró hacia el suelo para ver qué es lo que la había hecho caer. A su lado había un libro de tapas rojas. - ¿Un libro?- Se preguntó qué hacía un libro en mitad de la vereda. Limpió las tapas con su ropa. Empezó a caminar hacia la plaza. Se sentó en el primer banco que encontró. Abrió la primera página, la segunda, la tercera, la cuarta... -¿Un libro sin palabras?- Lo cerró y lo dejó allí. Se dirigió hacia la parada del colectivo Setenta y uno. Aún le sangraban las rodillas. Por suerte, pudo esperar debajo de un techito que la protegió de la lluvia que volvía a caer.

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Dejó que las palomas comieran de su mano. Le gustaba sentir cómo le picoteaban. Le hacían cosquilla. ¡Hacía tanto que nadie lo tocaba! Estaba cansado. Se sentó en su banco preferido. Había dejado de llover, sin embargo, aún estaba mojado. No le importó. Se sentó allí igualmente. Notó que a su lado había un libro. - ¿Un libro?- Intentó secar las tapas con su saco. Caminó hacia la esquina. Paró un taxi. Le pidió que lo llevara a la primera dirección que se le vino a la mente. Se bajó despacio y cerró la puerta. El taxi avanzó y pudo ver a través de la ventanilla del vehículo que se había olvidado el libro en el asiento. El taxi aún estaba cerca, pero no le quedaban fuerzas para gritarle al conductor que parara.

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Esperó a que su papá bajara. Abrió la puerta trasera del taxi. Sabía que, a veces, los pasajeros se olvidaban objetos que a él le gustaba coleccionar.
-¿Un libro?- Era la primera vez que alguien se olvidaba uno. Le llamó la atención el color de la tapa. Lo tomó y se fue rápidamente a su cuarto. Abrió el libro en la última página. Siempre hacía lo mismo. Los finales le confiaban si el libro valía la pena. Nada. La página estaba vacía. ¿Sería esa la intención del autor? ¿Estaría refiriéndose al vacío que deja una historia al ser terminada? Recorrió las páginas de atrás hacia adelante. ¡Todas estaban en blanco! ¿Qué significaba eso? ¿Acaso era un error de impresión? Seguía recorriendo hoja tras hoja, sin encontrar una palabra. Se convenció de que ese libro era un mensaje del escritor para aquellos lectores que pudieran comprenderlo. Un mundo de palabras que no dicen. Un mundo sin palabras. Ese silencio era más intenso que cualquier historia. Él, como lector, podía interpretar ese vacío, podía sentirlo. Cerró el libro y lo abrazó con fuerza contra su pecho. Se quedó dormido. Aún tenía lágrimas en sus ojos.

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El camión de basura tiró su carga en el descampado. Se acercó, como siempre, para ver qué podía servirle. Le llamó la atención un libro rojo, de tapas duras. Lo tomó. Era la primera vez que no se iba cargado de objetos. Tan sólo ese libro. Se alejó unos metros y se sentó en el pasto crecido que rodeaba al basural. Sacó del bolsillo de su saco un encendedor. Arrancó una a una las hojas del libro. El fuego duró más tiempo de lo que pensaba. Esa noche pudo dormir calentito.